Cada día caen sobre la superficie terrestre unos 44.000 kilogramos de meteoritos, esos trozos de cometas o asteroides que sobreviven a su entrada en la atmósfera.
El 90 % de esos viajeros espaciales no alcanza el gramo de peso, pero no siempre hemos sido tan afortunados.
Que se lo pregunten a los dinosaurios, cuya extinción ligan muchos científicos a la llegada de un gran cuerpo celeste que aterrizó en lo que hoy es la península del Yucatán, hace 65 millones de años.
La catástrofe dejó un cráter de 180 kilómetros de ancho y causó una lluvia radiactiva de iridio y una capa de polvo que cambió el clima, en una combinación funesta que acabó con la mayoría de los seres vivos. Pero los meteoritos no siempre son heraldos de muerte.
Algunos investigadores creen que trajeron el agua –e incluso la vida– a este rincón del universo.
Y hay gentes despiertas que los han convertido en un medio de subsistir, e incluso de enriquecerse si hay suerte.
Una mina a cielo abierto
¿Por qué allí? Muchos de estos objetos caen en los desiertos, que ocupan buena parte de la Tierra; la aridez y la monotonía del paisaje facilitan su detección por parte de los nómadas y habitantes de la región, que han aprendido a distinguirlos de las piedras terrestres, motivados por la presencia de coleccionistas, comerciantes y científicos que visitan la zona. Las piezas ordinarias se venden a precios que oscilan entre los 200 y los 600 euros el kilo, una cantidad muy respetable en un lugar pobre.
Pero si tienes el día de cara, puedes toparte con una joya como la llamada “Belleza Negra”, un meteorito de 320 gramos de peso y origen marciano hallado hace unos años en el Sáhara marroquí. Un pequeño pedazo de esta roca de extraordinaria antigüedad –4.400 millones de años– y valor científico alcanzó los 70.000 euros cuando se vendió en noviembre de 2014 en Christie’s, la famosa casa de subastas londinense.